viernes, 16 de septiembre de 2011

... El presidente del consejo de guerra inició su discurso final, antes de que Arcadio cayera en la cuenta de que había transcurrido dos horas. "Aunque los cargos comprobados no tuvieran sobrados méritos, decía el presidente, , la temeridad irresponsable y criminal con que el acusado empujó a sus subordinados a una muerte inútil, bastaría para merecerle la pena capital." En la escuela desportillada  donde experimentó por primera vez la seguridad del poder, a pocos metros del cuarto donde conoció la incertidumbre del amor ,Arcadio  encontró ridículo el formalismo de la muerte. En la realidad no le importaba la muerte sino la vida, y por eso la sensación que experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación de miedo sino de nostalgia. No habló mientras no le preguntaron cuál era su última voluntad.
-Díganle a mi mujer- contestó con voz bien timbrada- que le ponga a la niña el nombre de Úrsula. - Hizo una pausa y confirmó: Úrsula como la abuela.
Y díganle también que si el que va a nacer nace varón, que le ponga José Arcadio, pero no por el tío, sino por el abuelo.
Antes de que lo llevaran al paredón, el padre Nicanor trató de asistirlo. " No tengo nada de qué arrepentirme", dijo Arcadio, y se puso a las ordenes del pelotón después de tomarse una taza de café negro. El jefe del pelotón, es especialista en ejecuciones sumarias, tenía un nombre que era mucho más que una casualidad: capitán Roque Carnicero. Camino del cementerio, bajo la llovizna persistente, Arcadio observó que en el horizonte despuntaba un miércoles radiante. La nostalgia se desvanecía con la niebla y dejaba en su lugar una inmensa curiosidad. Sólo cuando le ordenaron ponerse de espaldas al muro, Arcadio vió a Rebeca con el pelo mojado y un vestido de flores rosadas, abriendo la casa de par en par. Hizo un esfuerzo para que lo reconociera. En efecto , Rebeca miró casualmente hacia el muro y se quedó paralizada de estupor, y apenas pudo reaccionar para hacerle a Arcadio una señal de adiós con la mano. Arcadio le contestó en la misma forma. En ese instante lo apuntaron las bocas ahumadas de los fusiles y oyó letra por letra las encíclicas cantadas de Melquíades, y sintió los pasos perdidos de Santa Sofía de la Piedad, virgen, en el salón de clases y experimentó en la nariz la misma dureza de hielo que le había llamado la atención en las fosas nasales de del cadáver de Remedios. " Ah carajo! - alcanzó a pensar- se me olvidó decir que si nacía mujer le pusieran Remedios." Entonces, acumulado en un zarpazo desgarrador, volvió a sentir todo el terror que le atormentó en la vida. El capitán dio la orden de fuego. Arcadio apenas tuvo tiempo de sacar el pecho y levantar la cabeza, sin comprender de dónde fluía el líquido ardiente que le quemaba los muslos.
-¡Cabrones! -gritó- ¡Viva el partido liberal!  

Gabriel García Márquez
Cien años de soledad.


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